jueves, 16 de abril de 2009

Miedo

A lo largo de su vida, el ser humano llega a un punto en el cual se enfrenta con un miedo que marcará el resto de su vida. O mejor, no se cruza con un miedo, sino con un hecho que provoca en él ese miedo casi devastador.
El hecho es el de estar creciendo; el miedo, a crecer. Ahora bien, los seres humanos crecen desde su nacimiento hasta su muerte año a año, día a día, minuto a minuto porque como bien sabemos, todo ser es cambiante, entonces ¿Por qué hay un momento, que podemos definir muy bien, en el que los seres humanos tenemos ese gran y terrible temor a crecer? La respuesta es más simple de lo que parece la pregunta: porque el momento de cambio (y el cambio en sí) no es cualquiera, se trata de un momento (o proceso) en el que el hombre deja de ser un infante y pasa a ser un adulto. Con esto quiero decir que dejamos de ser unos niños y pasamos a ser, como ya dije, adultos.
Pero, ¿por qué tanto miedo a la adultez? Es lógico que tengamos miedo a ser adultos. En primer lugar, sabemos y entendemos que asumimos muchas responsabilidades, la principal de ellas: a vivir nuestra vida nosotros mismo, a dejar de ser una vida dependiente de nuestros padres y hacer de nuestro futuro lo que queramos. La primera sensación que tenemos al enfrentar esta realidad es la de una soledad inmensa, indefinida, pero también ficticia. Si hay una verdad en este asunto es que nunca estaremos solo, o al menos no estaremos TODO el tiempo solos. Indudablemente habrán momento de soledad, pero saber que ese momento no será eterno ni infinito nos debe servir para dedicar esa momentánea soledad al pensamiento y a la comprensión de este miedo que todos atravesamos.
En segundo lugar, me referiría no al miedo a la adultez sino al miedo que el proceso de crecer produce. Hay personas que quieren despertar y encontrarse con una familia y un trabajo establecidos, lo que significa que el temor que tienen es al proceso de crecer. Éste, así como la adultez, produce un miedo aún más grave que el de dejar la niñez. Tener que adaptarse a nuevas características principalmente mentales e ideológicas es algo para lo que hay que estar preparado. Además, lógicamente ¿por qué tenemos que dejar las comodidades de la niñez para tener responsabilidades? ¿Por qué hay que acostumbrarnos a que nuestros padres no nos busquen en cada lugar al que vamos? ¿Por qué nuestros primos mayores, hermanos mayores, tíos, etc. dejan de mimarnos para abandonarnos y dejarnos solos con esta maldita adultez? La respuesta a estas preguntas es muy simple. Todo es un hecho. Debemos prepararnos para encontrarnos solos en nuestra vida. Para encararla solitariamente y con una mochila muy grande a nuestras espaldas: el destino. Aunque podemos pensar a esta fuerza increíble llamada destino (a la cual agradezco una serie de sucesos en mi vida) como una fuerza que va más allá de nosotros, pero también es muy cierto que el destino es nuestro y somos quienes debemos hacerlo y formarlo, con paciencia, y con el menor miedo posible a nuestro futuro. Antes que miedo al futuro debemos tener miedo a que no haya mañana. Al fin y al cabo, debemos recordar que hay que vivir cada día como el último, nacer y morir cada vez, cada mañana recordar que para lo único que estamos aquí es para vivir, crecer es un hecho secundario.

Un viaje en colectivo

Luego de un buen (y largo) tiempo de haber esperado, al fin llegó el colectivo. Yo estaba distraido por la lectura de un libro y me enteré que había llegado cuando lo tuve en frente mío. Pero, claro, no me había preocupado en mirar a cada rato si llegaba o no (cosa que me desconcentra terriblemente cuando leo) porque estaba siendo esperado por bastante gente. Cuando subí, luego de haber esperado caballerozamente a que suba el resto de las personas, me encontré con muchísima gente dentro del medio de transporte más usado en Bahía Blanca. Eramos tantos dentro del colectivo que cuando subí yo, que fui el anteúltimo, la puerta se cerró a mis espaldas. No entraba CASI nadie más. Pongo enfasis en que CASI no entraba nadie más porque en realidad entraba más gente a precio de perturbar la poca (o casi nula) comodidad de quienes ibamos parados, apretados unos con otros.

En la siguiente parada, dos hombres y una mujer con tres niños de unos 6 a 8 años detuvieron al colectivo para poder así subir. Un señor mayor (pero no por eso viejo) que había entrado hacía un minuto (inmediatamente antes que yo) le dijo al colectivero "¡Eh, no les abra, que no entramos!" a lo que el colectivero respondió "¿Ustéd subió y quiere viajar? Deje viajar a los demás" en ese momento, una mujer que a pesar de su edad aún conservaba el espíritu revolucionario gritó "Sí!! Esto no va más!! Parecemos corderos!" cuando terminó de decir eso, un hombre de más atrás contestó al planteo (a mi criterio bastante lógico) que volvía a hacer el conductor de la siguiente manera: "Y loco, pasen más seguido!" El señor que empezó con todo este alboroto dijo: "¿Por qué no nos cuelgan del techo?" y otra vez la mujer revolucionaria (al borde de romper en aplausos de protesta) dijo: "Eh!! No va más!!"

Luego de este pequeño tumulto, el volúmen del colectivo (que se había vuelto bastante alto) volvió a cierta normalidad. Aunque, claro, el tema de discusión siguió siendo el mismo. El colectivero (al que ahora todos, o gran parte, odiaban un poco más) no tuvo nada que ver en el asunto, lo único que quería era no dejar gente esperando a que pasara algún otro colectivo retrasando así el viaje de los pasajeros. Este fenómeno tiene características bastante particulares. En primer lugar el motor que anima a la gente a "luchar" y a protestar sin nunca haberse visto las caras. Luego de la revuelta y del "Eh! No va más!" revolucionario, presencié una conversación entre dos personas que no se conocían. Hablando del aumento del boleto y de la condición de animales que teníamos por viajar apretados en un colectivo (evidentemente nunca han, al menos, visto verdaderas condiciones de animales para los humanos en alguna villa argentina o fabela brasilera) comenzaron a dar datos de su vida personal (irrelevantes, pero datos al fin) como que uno tenía un auto, o que el otro hizo toda la primaria y secundaria en colectivo. Socialmente considero a un comienzo de "revuelta" en el colectivo un suceso muy particular digno de un análisis más profundo para el cual no estoy preparado obviamente.

Por último me gustaría añadir que, si mal no recuerdo, de las pocas veces que he viajado en servicio público en la ciudad de Buenos Aires más de la mitad fue con el colectivo totalmente lleno (aún peor que como se viaja en las horas pico de los días pico de Bahía Blanca). Quiero aclarar que este texto no va en defensa de nada ni nadie, simplemente pretendo que no pensemos en todo esto como algo puramente anecdótico, en las palabras de las personas está lo que la persona es. Si observaramos un poco nos daríamos cuenta de que esas palabras son cada vez más parecidas entre sí. Hay veces que tengo la sensación de que la ideología se esta transformando en un discurso ya hecho y "pre-ensayado" y que se está volviendo común a todas las personas. El primer sospechoso de mi lista: los medios de comunicación.

La conocí un día

La conocí un día. Creía conocerla, pero estaba equivocado. Creía que tenerla en mente cuando alguien la nombraba y poder recordarla significaba conocer. Pero ese día entendí que lo que creía no era cierto.

En solo un día (¿o semana?) la conocí. Creo que fue una semana. No entiendo cómo puedo confundir el tiempo que pasó. Sé que pasó algo de tiempo, pero no puedo saber cuánto. En realidad sé que pasó porque cuando volví a encontrarme con mi familia tuve esa particular sensación que da el paso del tiempo, por más corto que sea. Ergo, pasó algo de tiempo. Y la conocí. Alguna vez creí verla, o haberla visto, a lo lejos.

La conocí un día. No recuerdo bien qué día, ni cómo fue que la conocí. Ya ni recuerdo quién era, o qué decía ser. Solo creo recordar que era una flor blanca que crecía en el campo, y que (quizá por eso la recuerdo con tanto cariño) verla bajo las estrellas hacía que el tiempo se detenga.


15/02/2009

sábado, 24 de enero de 2009

Noche

Siempre se inspiró en la noche. Era su más fiel y sincera compañera. A ella podía expresarle sus más profundos sentimientos sin temor a callarlos. Conocía cada centímetro del cielo como también cada milímetro del suelo recorrido. Para huir de los miedos que la noche, por su carácter sombrío y tenebroso, le provocaban utilizaba una técnica mental. Pensaba, sentía que era parte de ella. Parte de esa gran oscuridad que sin saber por qué, llamamos noche. Creía conocerla como la palma de su mano. Solo necesitaba una birome y su cuaderno para salir a dar su caminata nocturna, que muchas veces se extendía horas sin que él lo notara. Caminaba sin mirar donde pisaba, observaba las estrellas, los contornos de los objetos de los cuales, en ese momento, era dueño (o creía serlo). Disfrutaba del silencio que la oscuridad producía, interrumpido de vez en cuando de vez en cuando por algún grillo o por el sonido de una rama partiéndose bajo su pie. Aquel silencio que para muchos sería sepulcral, para él era revelador. El silencio que la noche le regalaba a Esteban Almeida le dictaba las letras que luego se transformarían en historias. Historias de amores perdidos y fracasos vividos, o quizá solo una historia, con vida propia. Sabía encontrar en la oscuridad plena el sonido del silencio dictándole obras perdidas en el tiempo y descifrar así el complejo idioma de la noche.
Adoraba salir hasta la madrugada y volver a acostarse junto a la mujer que amaba. Sabía que la encontraría allí, desnuda y recostada con solo una sábana tapándole el vientre. Tenía la certeza de que allí estaría, seguramente con la luz del velador prendida y un libro en la mano con el dedo índice marcando una página incierta. Pensaba, en el camino de vuelta, que la encontraría y podrían escuchar algún disco olvidado del buen jazz, mientras fumaban un largo y dulce cigarrillo y tomaban un whisky del bueno, añejado. Vivirían esos placeres y luego los placeres del amor, para después volver a esos primeros sabores del cigarrillo y del whisky, como quien vuelve luego de un tiempo a su pueblo natal, añorando aquellos años en los que el espacio y el tiempo eran otros, en los que jugaba la vida por el amor de una mujer o bebían a escondidas de sus padres.
Al día siguiente, Esteban se despertaba y olía en el cabello de su amor una mezcla casi afrodisíaca de tabaco y shampoo del baño de la noche anterior. Perfume que adoraba porque le traía a la memoria aquellos momentos de la juventud en los que aterrada por la película que miraban con amigos, Lorena buscaba refugio en sus hombros. Él enamorado de ella a escondidas de todos, sentía el placer y la valentía que provoca proteger a quienes amamos, y fingiendo dureza la obligaba a terminar de ver la película. Esa dureza se convertía en llanto cuando, una vez en su casa, ponía un disco de los nocturnos de Chopin para cerrar los ojos y pensar en ella, y en la noche. En cada acorde y en cada melodía encontraba el rostro y el aroma de Lorena, que quedaría impregnado en su memoria para siempre. Luego de las películas de terror vinieron las eternas charlas en inglés, solitarias y con la luna sobre sus cabezas. Él tenía la costumbre de hacer que ella cierre los ojos para describirle un paisaje imaginario. “This is not a beautiful landscape, let me describe you an imaginary one”. Con los ojos cerrados escuchaba el relato y frente a ellos aparecían los paisajes más hermosos que jamás hubiera visto:

“Imagináte un cielo repleto de estrellas, algunas muy brillantes, otras no tanto, algunas grandes, otras pequeñas. Vos estás acostada como ahora. Más adelante, y quizá más arriba, la luna, blanco con sombras grises, Nos sabemos que son esas sombras, solo las vemos. Te levantás un poco y te sentás. A tus pies, un lago. El agua se mueve como bailando un vals muy lento. Reflejadas en el lago se ven las estrellas, ahora difusas, como cuando las soñamos. También bailan junto con el agua el ritmo del vals. Más allá vez el claro de luna que mira respetuoso como danzan las estrellas y el agua mientras se contagia de ese ritmo tan especial y tímidamente imita lo que observa. Te acercás al agua y te inclinás sobre ella. Ves tu rostro algo taciturno por lo que la noche provoca en vos. Sonreís y aparecen en tu rostro y en el agua tus hermosas comisuras. Mirás más allá del lago y una montaña muestra su contorno, detrás de ella ahora está la luna, sonriente como vos en el agua. Todavía está tu sonrisa en el lago, y el lago sonríe, y las estrellas también, y danzan, ahora con tu sonrisa de fondo y tus ojos de espectadores.”

Mientras él hablaba, ella sentía (al igual que Esteban) cómo palpitaba su corazón. Él le tomaba la mano con los dedos entrelazados y se acostaba junto a ella, a escuchar la noche que los rodeaba y a ver la noche que había creado. Por eso guardaba una relación tan especial con la noche, que Lorena respetaba.
Aquella noche despidió a su amada con una extraña sensación. Fue una noche distinta a todas. Solo que esta vez no fue creada. O sí.
Caminando en silencio comenzó su recorrido nocturno, esperando que la oscuridad empiece a hablar. Tardó más de lo que solía tardar en abrir ese cuaderno lleno de anotaciones y comenzar a escribir. La noche tardaba en hablar, como quien tímido le confiesa a sus padres que fuma, esperando un reto y una gran agitación. Luego de hacerse esperar dijo sus primeras palabras, suaves, entrecortadas. “Aquella noche la despidió con una extraña sensación…” Esteban sintió un frío ensordecedor recorriendo su espalda y, luego de unos segundos, aún atónito, comenzó a escribir. La noche seguía dictando. La noche, o su imaginación.

“… Sus pensamientos comenzaron poco a poco a devorarle el cerebro. Sabía que no encontraría a su amor al volver a su casa, sabía que no estaría allí. El texto escrito parecía tomar vida propia, su imaginación estaba yendo más allá de ella misma. Comenzó a imaginar la realidad, la realidad al fin era imaginada. Sentía el extremo placer de haber logrado su objetivo y a la vez temía. Sabía que descubriría el fin. Sabía el fin porque lo estaba creando.
Recordó una vez más a Lorena, la mujer de sus sueños, quiso escribirle un adiós, pero no pudo, porque había logrado su objetivo. Cuando él dejaba de escribir, el tiempo se detenía, el espacio dejaba de existir. Su lapicera era la creadora de su destino. Logró su objetivo, al fin pudo jugar a ser Dios. Pero no contó con la desventaja de que la única manera de seguir con vida era escribiendo. Su destino sería solo escribir.
La locura se apoderó de su mente y el tiempo dejó de existir. Su alrededor, las estrellas, los arbustos, los sonidos. Nada de eso existía. Todo lo que escapaba de su mundo creado no existía, y él no creó más que la nada misma, todo el tiempo procuró ser parte de la nada, ahora lo era. Sabía que no volvería a verla a Lorena, lo sabía muy bien. Escribió sus últimas palabras, y con su instrumento se perforó el cerebro, al fin había escapado de su castigo, ya no formaría parte de la nada…”


Exhausto por haber escrito todo aquellos que la noche, que ahora lloraba, le había dictado. Tomó la birome con sus dos manos, gritó al cielo (o a la nada) y se clavó sin temor la herramienta creadora de sus mundos en la cabeza. En sus últimos minutos logró ver a las estrellas de cerca y allá a lo lejos, en la Tierra, boca arriba y con los ojos cerrados, Lorena sonriendo, tomándolo de la mano. Al fin dejaba de ser parte de la nada. Ahora era parte de sus noches, dueño de ellas…

miércoles, 14 de enero de 2009

Carta apócrifa de un hombre estúpido

Está bien, te lo voy a decir porque ya no aguanto más. No aguanto más no decírtelo, verte casi todos los días y tener que ser tu amigo, tener que ponerme una máscara amarga por dentro y dulce, dura y a veces comprensiva y alegre por fuera. La máscara de la amistad no siempre es amarga. Solo lo es en los momentos en los que la verdadera intención, o el verdadero sentimiento no es un cariño amistoso. Es amarga cuando el sentimiento es parecido al amor. No es amor, porque no llega a serlo. Es simplemente parecido. Es simplemente parecido porque una parte de nosotros (la que, a pesar de todo, aún nos quiere y la que solemos llamar amor propio) nos impide admitir, aceptar y sentir amor. Sabemos que si fuéramos inconcientes nos enamoraríamos. Sí, te lo tengo que decir. Porque aunque no sea amor, es lo más fuerte que sentí en mi vida. Hasta ahora, hasta vos, creí que nada superaría al amor, pero el “casi amor” que siento es mayor. Pareciera que casi estar enamorado fuera más, mucho más que estarlo plenamente. Es difícil de comprender, pero lo vas a comprender, porque te lo voy a decir, te lo tengo que decir.
Querer estar enamorado pero no estarlo significa una gran repulsión entre dos titanes: el del amor y el del no amor (como vengo intentando explicar). Ambos poseen una fuerza sin igual. A pesar de que esas dos fuerzas pelean de manera incomparable, tienen algo en común: el sufrimiento. Sea por cual sea, se sufre. De eso no hay dudas y lo sabés. Sabés que es así ¿no? Sé que viviste el amor y el desamor, viviste sus bellezas y sus sufrimientos, entonces vas a poder entender que las dos fuerzas unidas nos hacen llegar a un momento en el que no aguantamos, en el cual tenemos la necesidad de decirlo todo. Como te estoy diciendo, como te tengo que decir, porque estoy obligado a decirte, porque se que si no te lo digo ahora, no te lo diré nunca más. Entonces, te amo y no te amo. Si me preguntaras, no sabría decirte el por qué de ninguna de las dos. Pero te tengo que decir todo, ya no lo aguanto más y tiene que haber un por qué, lo voy a intentar, lo tengo que intentar.
Recuerdo cuándo y cómo te conocí. No eras real, sol o una imagen. Te conocí y no existías, tampoco exististe durante un tiempo. Eras una conocida de un gran amigo mío, una bonita mujer en una foto, solo eso. Obviamente pasaste desapercibida para mí, eras solo una amiga de un amigo. Luego de no haber existido en mi vida cruzaste la barrera de lo irreal y pasaste a formar parte de mí, de mi conciencia, de mi memoria. Pasaste como alguien superficial, sin nada en la cabeza. Yo debí haberte parecido un borracho egoísta (cualidades que aún conservo) lo sé. A pesar de eso, me caíste bien. Eras simpática y para nada prejuiciosa (a diferencia mía). De aquella noche, caracterizada por una serie de excesos, recordé algunas cosas, pero nada importantes.
Bueno, te lo tengo que decir, y si sigo contándote cosas irrelevantes te vas a dormir y yo también (lo que es peor), entonces me quedaría sin contarte, y te lo tengo que decir, y no me puedo dormir. Vayamos a lo importante. Después de un tiempo de amistad mi amiga tuvo la idea de decirme que cuando hablaba con vos se me iluminaban los ojos, lo que me hizo pensar, como todo lo que me dicen. A partir de entonces, cuando hablaba con vos pensaba en cómo me sentía y en qué sensaciones pasaban por mi espíritu. Sospeché, temí, supe. Me estaba enamorando. No podía entenderlo, era ilógico, como el amor. Pude superarlo, lo superé porque no vivís acá, en Bahía. Solo era una visita y lo entendí. Entendí que en mi mente serías mi amiga, como siempre lo había pensado. Nada más…
Después Volviste y te vi. Te vi y te escuche. No necesité más para darme cuenta de la realidad, que siempre fue la misma, estaba enamorado. Soy necio, ¿no? Sí, lo sé. Soy un necio y por eso sufro. Pero tengo que decirlo para sacarme de encima ese dolor y poder descansar pacíficamente.
Reconocí en tu sonrisa, así como en tus comisuras, un nuevo mundo, un monde de optimismos inigualables. Sin lugar a tristezas. Aunque luego claro, poniéndome en el lugar de un amigo fui duro y te dije lo que creía sobre tu situación amorosa y de quienes participan en ella y te saqué una lágrima, lágrima de dolor que significó un quiebre en mí. Logré identificar en vos la mayor ternura de un ser humano, la sensibilidad, la belleza del llanto femenino. No te provoqué el dolor sin intención, lo hice adrede, pero no sólo para hacerte sufrir, sino para que comprendas lo duro que es el amor y sepas que cuando un amigo dice algo lo dice por tu bien. No lo dudes nunca, y menos de una persona que creía (cree) amarte. Ese día tu sensibilidad me llevó a transitar durante todo el día y toda la noche, sin dejarme prestar atención en nada más que en mis pensamientos y en mis sentimientos, por mundos en los que solo existías vos, mundos utópicos y puramente irreales (como lo eras para mí antes de conocerte) en los cuales los sentimientos eran puros y hermosos. En esos mundos, solo en esos mundos me permitía amarte, solo allí, en aquellos lugares irreales podía amarte. La irrealidad me permitió sacar de mí los sentimientos más reales. En la soledad te podía amar, me tenía permitido amarte. En compañía de otros y en tu compañía era solo un frío amigo que regalaba un abrazo para saludar. Pero cuando te abrazaba a vos, no sentía lo mismo que cuando abrazaba a cualquier otro. Una nueva luz llenaba mi ser en el momento en que nuestros brazos se cruzaban para dar forma al abrazo. Pude por fin, después de tanto tiempo dedicarle el tiempo de mis pensamientos a una mujer, mujer que creo ideal. Otra vez estaba felizmente (e infelizmente) enamorado. Hubiera estado agradecido de haber podido decirte esto, por eso te lo digo ahora.
Hoy no pude dejar de pensar en vos, inspirás en mí sentimientos que nunca tuve (eso ya te lo dije). Me gustaría que sepas, también, que el dolor que me provoca no poder haberte dicho esto antes, no haber querido decirte esto antes, es inaguantable. No puedo evitar el llanto frente a estas letras vacías que reafirman mi arrepentimiento. Ahora lo pienso tranquilo y veo con claridad que no hubiera perdido nada. Pero tuve miedo de decirte todo esto porque creía que perdería tu amistad, la cual, obviamente, era más importante que cualquier otro sentimiento. Por eso me prohibí amarte. Vos estabas lejos y mi sentimiento ensancharía la distancia, y no solo eso, sino también el tiempo. No lo aguantaría. Cuando te amé te necesitaba cerca, necesitaba pensarte cerca, creerte cerca. Tu sonrisa y tus ojos me habían sentir en otro universo, al igual que en aquel mundo donde te amaba. Tus ojos me permitían amarte, te amaba y ese sentimiento es titánicamente más fuerte.
Te tendría que haber dicho esto antes, y me arrepiento, porque mañana, cuando esta carta llegue a tus manos, sabrás que te amé y que siempre te amaré. Mientras leas estas líneas estaré marchando al cadalso, al cadalso que la vida me ha puesto. La muerte vino a buscarme y le pedí, como un último deseo, solo un día para poder despedirme, ahora iré a dormir y no despertaré nunca más, pero la sensación de tener esa certeza no tiene comparación con el arrepentimiento que siento de no haber tenido el coraje para decirte “TE AMO”
4/12/08

Esta carta (que será destinada al archivo policial debido al suceso de la muerte de quien la escribió) fue encontrada en las manos de su remitente el día cinco de Diciembre de 2008. El receptor aceptó felizmente esta carta, mientras lloraba la muerte de un amigo memorable. La causa de la muerte fue natural. Al caer dormido luego de firmar la carta, se ahogó con su propia saliva. El difunto fue encontrado con la carta en la mano (como ya aclaramos).
Antes de morir perfumo la carta con el perfume preferido de su amada, cuya identidad no develaremos. El remitente la llamo “Amada”. Suponemos que la mujer sabría que la carta estaba dirigida a ella, no solo por el nombre, sino por lo descrito en la misma y por la fragancia con la cual fue perfumada…

miércoles, 17 de diciembre de 2008

Dirait-on de "Les Roses" de Rainer Maria Rilke

V

Abandon entouré d'abandon,
tendresse touchant aux tendresses...
C'est ton intérieur qui sans cesse
se caresse, dirait-on ;

se caresse en soi même,
par son propre reflet éclairé.
Ainsi tu inventes le thème
du Narcisse exhaucé.





TRADUCCIÓN


Abandono rodeado de abandono,
ternura contra ternuras…
Es tu interior el que, sin cesar,
parece que se acaricia;

se acaricia en sí mismo,
por su propio reflejo iluminado.
Así inventas el tema
del Narciso que alcanza su deseo.

martes, 9 de diciembre de 2008

Aquí me encuentro...

Aquí me encuentro, nuevamente sentado solo frente a un monitor tintineante, luminoso. Escribiendo un texto que jamás será leído, queriendo decir algo sin sentido. ¿A quien le importa esa maldita molestia llamada cerebro? ¿A quien le interesa hacer esa actividad de estúpidos que es pensar? Esas cosas pertenecen al pasado, si es que alguna vez existió el pasado. Si es que alguna vez en el pasado se pensó. Pensar puede significar muchas cosas, puede ser muy útil, pero en otros casos, puede volverse un castigo…

Aquí me encuentro nuevamente, pensando, como siempre, no me creo más ni menos que nadie porque pienso, al contrario. Pensar se está volviendo más parte de mí que yo mismo. Está ocurriendo una extraña mutación entre mi ser y mi pensamiento. Nosotros somos dueños de lo que pensamos, pero ¿qué pasa si lo que pensamos es dueño de nosotros? No se si soy lo que pienso o pienso lo que soy.

Aquí me encuentro nuevamente, creyendo que me encuentro, cuando en realidad no logro encontrarme. Ya no me encuentro, quizá haya dejado de existir. Eso nadie lo sabe, no porque nadie lo sepa, sino porque nadie lo piensa.